El dron no volaría. La furgoneta adaptada para sillas de ruedas hizo doblar los neumáticos y se hundió en la rocalla polvorienta. Y los hombres con escopetas se negaron a ir.
Bajo el abrasador sol de Arizona, Anita Marshall respiró hondo. Durante la última semana, había resistido desastres de viajes internacionales, batallas tecnológicas, incendios forestales e incluso la interrupción de un par de águilas que anidaban para convidar experiencia habilidad a los aspirantes a científicos cuyas discapacidades los excluían de los cursos de campo tradicionales. Ahora sus estudiantes se habían reunido en el borde de un cráter de 400 pies en las alloz de Flagstaff, ansiosos por lo que a algunos les dijeron que nunca obtendrían.
Marshall, geóloga de la Universidad de Florida, consulta con su equipo de instructores y reinicia el dron. Una delegación convence a los hombres que usan el sitio para prácticas de tiro para que se trasladen a otra radio. La camioneta varada tiene que esperar porque los 18 estudiantes, algunos aquí en el desierto, otros desde muy acullá, están desesperados por hacer poco de ciencia.
«Necesitan eso. Si no tienen ese tipo de experiencia, perderemos algunas mentes increíbles en nuestro campo», dice Marshall. «No quiero que eso suceda».
30 de noviembre de 2022
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